
Del sentimiento trágico de la vida, Suicide club (2001)
Un sórdido pero esperanzador "choose life"
Sion Sono es un cineasta controvertido, pero de un prestigio dentro del círculo de cine independiente. Si tuviésemos que determinar cuál fue aquella película que lo estableció como un director de “culto”, muchos convendrían en decir que fue Suicide club (2001). Con esta película, paradójicamente, tuvo especial éxito en Japón (país con una alta tasa de suicidios) a pesar de las polémicas que pueda haber levantado y, además, generó críticas diversas en los festivales en los que se presentó.
La película transita por distintos géneros: por momentos, hace gala de un gore algo exagerado (y puede que absurdo), pero efectivo; en otros es el terror ante lo que pueda pasar lo que prima; luego está el drama de las personas involucradas directa o indirectamente en los suicidios (los detectives tras el caso y Mitsuko, principalmente). Además, gran parte de Suicide club se desarrolla a manera de thriller policial en la que se intenta descubrir las razones detrás de los suicidios masivos en apariencia inconexos y encontrar la manera de impedirlos.
Por otro lado, debemos hacer mención también del barniz filosófico-existencial que envuelve el filme. Esto hace que Suicide club no sea una película fácil de digerir o difícil de asimilar, y es que, al gore o la violencia de muchas de sus escenas se le agrega el hecho de que también refleje de una manera demoledora la realidad, ya no solo de Japón, sino de cualquiera que la vea.
Suicide club esboza una fuerte crítica social a la falta de empatía y a la (sub)cultura del internet. Dos escenas se nos vienen a la mente, en las que Sion Sono nos muestra, con sutilezas, la profunda desconexión de las personas tanto con la realidad que los circunda como con ellos mismos. La primera es aquella en la que Kuroda toma el tren para dirigirse a casa: no hay diálogos, solo primeros planos a los rostros de los demás pasajeros y una ambientación sonora ideal para la escena. Esto basta para transmitirnos la desolación y tristeza de unas vidas sin aparente sentido. La segunda escena nos muestra a la familia de Kuroda con profunda desconexión entre sus integrantes, su felicidad tan solo es una máscara y las interacciones entre ellos se dan sin la más mínima sustancia (Kuroda desconocía del tatuaje de su hijo). De ahí es que surgen las preguntas del tipo ¿cuál es tu conexión con los demás?, ¿en verdad existe una forma de conectarse?, ¿de qué depende esta?, ¿eres prescindible para los demás?, y más importante, ¿existe una verdadera conexión contigo mismo? Se nos dice que “amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos”, pero esta afirmación implica que ya de por sí nos amamos a nosotros mismos, pero ¿es esto cierto? Si no lo es, cómo podríamos empatizar con los demás, cómo sentir su dolor como si fuera el nuestro.
Ahora, no todo es desesperanza en Suicide club: Mitsuko nos permite vislumbrar algo de luz en la película. Ella termina entrando en contacto con el aparente «club del suicidio», el cual está conformado por niños (metáfora tal vez de la inocencia que se ha abandonado, de ahí también que muchos de los suicidios que se muestran en la película tengan de fondo música alegre e infantil). Al ser interpelada por aquellos, Mitsuko exclama que ella sí está conectada consigo misma, que elige vivir, al fin y al cabo. Si Kuroda sucumbe ante las desdichas y opta por el suicidio, Mitsuko hace lo contrario, se acepta a sí misma y con ello acepta su conexión con el mundo y sus razones de vivir. He ahí la lección de la película; si para el filósofo español Miguel de Unamuno el sentimiento trágico de la vida es vivir anhelando la inmortalidad a sabiendas de que nuestro destino es morir; para Sion Sono el sentimiento trágico de la vida no es otro más que el “vivir”: ¿por qué o para qué hacerlo? La película termina con Dessert (grupo ficticio conformado por niñas) cantando «Live as You Please»: la realidad puede ser ciertamente angustiante y desoladora, pero Sion Sono nos dice finalmente choose life.


