
Dune: del mesianismo ‘lynchiano’ a la construcción ‘villeneuviana’
El material de origen, el germen primordial de una de las películas más icónicas de los 80’s, es la novela Dune de Frank Herbert
Definitivamente, el mundo del cine actualmente ha sido testigo de diversos reboots, remakes, adaptaciones y, en varios casos, secuelas, precuelas y spin-offs de otros filmes en la época actual. Jurassic Park, El Conjuro, Halloween, Chucky, IT, Blade Runner, Alien, Mission: Impossible, 007, Suspiria, entre otras, han visto sus historias continuadas, revividas, traslocadas o adaptadas. Y evidentemente, uno de los puntos más importantes en alguna adaptación es el balance entre el valor diferencial de la película y el valor esencial de la obra original de la cual se inspira o que busca continuar.
En lo personal, no me siento muy atraído hacia los remakes o reboots, a no ser que la persona dirija haga su tarea: en otras palabras, que, desde su punto de vista particular, respete la esencia y las bases de la original (sin que eso implique limitar el desarrollo de su propia creatividad). Y aún así, si por cuestiones de producción o decisiones personales, no pudiera hacerse esto último, lo que primaría, para mí, es la visión de el o la directorx para brindar una obra fresca, renovada, una exploración de temas que quizás no se han tocado en entregas anteriores.
Es así que, cuando me decidí a ver la versión de Dune del genial Denis Villeneuve, creí conveniente ver la versión de David Lynch. Hay algo fascinante en ver dos adaptaciones de una misma obra en un solo día: las diferencias se hacen más evidentes, los puntos de vista de los directores se hacen más resaltantes, los detalles destacan más, y las visiones artísticas y estilísticas se hacen más aprehensibles (a pesar de la inmensa duración por ambas películas).
El material de origen, el germen primordial de una de las películas más icónicas de los 80’s, es la novela Dune de Frank Herbert, publicada a mediados de los lejanos años 60’s como una gran obra de ciencia ficción que inspiró las adaptaciones que se tocan aquí: la de David Lynch (1984) y la de Denis Villeneuve (2021). Ambas tratan de lo mismo: la travesía en la que se embarca Paul Atreides, el joven heredero de la Casa Atreides e hijo del actual Duque, Leto, cuando su familia queda a cargo de la administración de la producción de la “especia” producida en el planeta Arrakis y el conflicto político y mesiánico que conlleva, en un futuro lejano en la que varios planetas fungen de hogar para grandes casas reales y los viajes espaciales se generan gracias a la comercialización del melange (la especia en cuestión).
La gran variedad de temáticas, giros, puntos de vista potencialmente explotables salen a relucir en menor o mayor medida, cuando contraponemos las versiones mencionadas. En el caso de Lynch, es evidente que los temas del subconsciente, lo grotesco y lo místico resultan de mayor importancia para él, por lo que se pondrán de manifiesto en su propia versión: desde la aparición de un ser antropomorfo -solamente equiparable a una especie de larva gigante- miembro de la Cofradía Espacial, pasando por un sanguinario y loco Barón Harkonnen, hasta las visiones de corte surrealista y metafórico en la representación de Paul Atreides, así como su destino fijado para ser “el elegido”.
Esta versión ha buscado adaptar casi todo lo que se pueda del lore de la novela, al punto de utilizar texto expositivo por medio de voces en off o por diálogos internos para realizar descripciones en elipsis, tecnología o situaciones específicas para que el espectador pueda entender lo que ocurre. Contextualizar se vuelve una tarea titánica, sobre todo cuando se busca trasladar todo lo que se pueda del libro a la pantalla, y se vuelve más complicado cuando se trata de ciencia ficción. Por otro lado, se destaca la construcción de escenografías, decorados y attrezzo: el nivel de detalle y para la construcción de ambientes y espacios se completamente magistral y ambicioso.
Desde el palacio de la Casa Atreides en Caladán hasta el gran desierto del planeta Arrakis (así como los enormes gusanos de arena) o como el palacio del emperador. El mismo nivel de detalle tendría el diseño de vestuario de los personajes: atuendos finos para la hermandad de las Bene Gesserit (que las muestra como figuras misteriosas, místicas, con poder oculto), uniformes para los miembros de la Casa Atreides (que los muestra como diplomáticos), trajes de combate para los de la Casa Harkonnen (que denotan su salvajismo), o los conocidos ‘destiltrajes’ de los Fremen.
Dejando de lado la forma en cuanto a plástica, hay ciertos aspectos del fondo, el corazón de esta película, que hacen que esta titánica creación sea víctima, por momentos, de algunos paros cardiacos. El guion está escrito de una manera tan detallada que requiere de elementos que, para la época, podrían considerarse poco usuales o en desuso -como si a Lynch no le bastara el uso de artilugios o técnicas poco convencionales- como las narraciones en off o el uso de monólogos internos; el problema es que esto también se traslada en el contexto de situaciones presentes: la obsesión por explicar todo lo que ocurre, cada detalle, cada situación, resulta contraproducente. La exposición reduce el ritmo, entumece la concentración en la historia, se satura con información a la persona que mira y el esfuerzo por recordar y entender se hace más pesado.
Y ligado a esto, está el desarrollo de ciertos arcos: el tiempo no alcanza para desarrollarlos a un nivel suficiente como para que sean valiosos en la trama (casos como los de Duncan Idaho y Chani, por ejemplo), incluido el desarrollo del personaje de Paul Atreides, quien, de momento a otro, increíblemente, ha superado casi sin ningún esfuerzo todo obstáculo que se le interpuso en el camino: su destino es aceptado con demasiada facilidad, no hay una progresión en cuanto a emociones en el personaje (Paul ya es visto como héroe prometido, no hay confrontaciones que lo hagan más empático o “humano”).
Asimismo, está la caracterización del personaje del Barón Harkonnen: un hombre obeso, despiadado y lunático cuya locura y maltratada piel lo destacan. El Barón se presenta como un sádico y lujurioso hombre (marcada por la pedofilia), receloso por el designio de la Casa Atreides como nueva administradora del planeta Arrakis para supervisar la producción de la “especia”. Es, en esencia, un monstruo hecho hombre. Un monstruo con hambre de poder.
Sin embargo, es notoria la preocupación de Lynch por mostrarnos a un héroe predestinado a traer cambios en la humanidad y hacia las Grandes Casas, así como brindar la libertad a los Fremen en Arrakis, dando mayor peso a esta predestinación mesiánica, acompañada por las visiones y situaciones surrealistas (las visiones de Paul, la asociación con la segunda luna del planeta y su destino, y el agua de la vida). Con un hilo invisible, Lynch traza el paso imperceptible de Paul Atreides hacia su transformación como Muad’Dib, dejando un poco de lado la intriga política y maquiavélica, para dar mayor peso al ámbito religioso, mesiánico y surrealista.
Por el contrario, la propuesta de Denis Villeneuve, a pesar de tener ciertas coincidencias, tiene marcados contrastes que lo diferencian, y que más bien, en lo personal, supera a la versión de Lynch. Mientras para este último el sustento de la película se da sobre la base del mesianismo y el cumplimiento de un destino marcado para un héroe que no rehúye, no duda y consigue superar sus obstáculos casi sin ningún esfuerzo, en el caso de Villeneuve hay una mejor construcción en el desarrollo del personaje de Paul Atreides, un personaje más bien hábil, elocuente, instruido, pero también dubitativo, inseguro sobre las visiones y los sueños que tiene y que, en un momento, reniega sobre el supuesto destino que le tocaría. En otras palabras, un comportamiento creíble de un adolescente a quien se le encargará una responsabilidad sumamente pesada, quien debe repetirse y convencerse, con sus acciones, que “el miedo es el asesino de la mente”.
Y siguiendo con esto, Villeneuve parece haber tenido una mayor comprensión en su propuesta de adaptación sobre lo esencial, sin sacrificar su punto de vista. No cae en la necesidad de explicar con detalles todo el lore de la obra: más que en el lado mesiánico de la historia, se centra en el misterio religioso (que se pone de manifiesto en la inspiración de prácticas y manifestaciones de culturales musulmanas), pero le da un mayor peso al entramado político (lo sugiere veladamente, pero lo desarrolla lo suficiente por ahora) y, a la vez, lo equilibra con el desarrollo de los personajes de manera más profunda que en la versión de Lynch.
Un gran ejemplo es el tratamiento que se da al personaje de Duncan Idaho, un maestro de armas y gran amigo de Paul, quien, en la versión de Lynch, solo aparece dos veces y la relación que hay entre ambos solo se vislumbra muy brevemente. Por el contrario, su desarrollo subsecuente en la versión actual lo presenta como un gran amigo, un fiel protector y creyente en la causa de la Casa Atreides, más allá de ser solo un combatiente. Chani también tiene un cambio en su arco: de ser un personaje pasivo en la versión de Lynch, en la de Villeneuve tiene un rol más activo, y su relación con Paul Atreides se desarrolla a un ritmo más pausado, creíble y orgánico.
Es así también que se da la oportunidad para dar una mayor profundidad en el desarrollo de la relación entre Lady Jessica y Paul Atreides. Y algo que es bastante interesante es la inserción de detalles muy minuciosos como el hecho de que se comuniquen por momentos con lenguaje de señas que solo ellxs conocen. Son detalles como este los que dotan de mayor profundidad a los personajes: la cercanía de una madre y la obligación en la enseñanza y la instrucción brindada por Jessica en las artes de las Bene Gesserit se entremezclan. La sobriedad en el exterior y la exploración emocional en los personajes (incluyendo la magistral caracterización de Stellan Skarsgård como un calculador, sádico pero sobrio Barón Harkonnen) permiten adentrarnos en el universo propuesto por el director. También destaca el cambio en el personaje de Liet-Kynes: si en la versión de Lynch este era un varón blanco (interpretado por Max Von Sydow), en la de Villeneuve es la doctora Liet-Kynes, una mujer de color (interpretada por la actriz Sharon Ducan-Brewster) con un rol con mayor peso.
Al dar a los personajes mayor espacio y tiempo para poder desarrollarse, tendremos ante nosotros una percepción más fresca y renovada de la obra, sin dejar de lado los puntos en los que el director quiere centrarse, como ya se ha mencionado. La historia se siente orgánica, parte de una unidad integral. Mientras Lynch se basa quizás más en la forma, Villeneuve saca a relucir el fondo, en una épica espacial dividida, muy sabiamente, en dos partes. La obra original tiene de por sí demasiadas temáticas, elementos y detalles vitales sin los cuales se podría entender el relato. En esto considero que supera a la versión de Lynch: no subestima a la audiencia. No busca la necesidad de explicarlo todo, sentar una lógica como si de comida masticada se tratara. Brinda la oportunidad de que pueda maravillarse, asimilar lo que se observa, lo que se sugiere, lo que hablan o dicen los personajes.
Las coincidencias entre ambas versiones son pocas pero demuestra que sin Lynch no tendríamos la versión de Villeneuve: al arquitectura brutalista del palacio en Arrakis, el look desencantado y oscuro del planeta de los Harkonnen, el estilo en las vestimentas de los personajes según su procedencia. Al final, ambas son visiones sobre una odisea épica en la que temas como el capitalismo, el ecologismo, la política, el mesianismo, el heroísmo y las dinámicas de género sostienen y envuelven el gran universo narrativo creado por el autor original. Cada uno optó, según sus visiones del mundo e intereses, dar mayor peso a uno u a otro. Lynch prefiere el disfrute del viaje visual, psicológico y sensorial más que el narrativo, mientras que Villeneuve prioriza el desarrollo de sus personajes para que estos se pongan al servicio de la narrativa visual.


