
El intendente Sansho: Cuando el drama te desgarra tras la pantalla
En esta oportunidad comentaré sobre la película de 1954 dirigida por Kenji Mizoguchi, quien ganó el León de Plata a mejor director ese mismo año
No obstante, es importante conocer al mítico director, Kenji Mizoguchi, quien junto a Akira Kurosawa y Yasujiro Ozu compone el tridente de directores cinematográficos japoneses que han trascendido a lo largo de la historia por sus técnicas innovadoras, profundidad temática, así como por el abordaje cultural e histórico.
Las primeras películas de Kenji Mizoguchi fueron mudas y, años después, no tuvo dificultad para adaptarse al cine sonoro, demostrándolo con películas como La tierra natal (1930). Además, reveló gran influencia de la pintura y las artes plásticas, lo cual se reflejó en la estética que rodea cada escena y los planos secuencia utilizados. Por otro lado, se le consideró un cineasta feminista, debido a que sus protagonistas mujeres se caracterizan por mostrar fortaleza por más desgraciada que sea la situación a la cual se ven expuestas.
Entre las películas que más destacan (y recomiendo) de su filmografía se encuentran: La marcha de Tokio (1929), La historias del último crisantemo (1939), Cuentos de luna pálida (1953) y Los amantes crucificados (1954).
El intendente Sansho
El intendente Sansho de Kenji Mizoguchi está basada en un cuento homónimo de 1915 del escritor japonés Mori Ogai, el cual a su vez se inspira en un cuento popular. De esta manera, la película en sus aproximadamente dos horas de duración aborda el dolor humano a través de la mirada de cada uno de sus personajes, mientras que los sucesos que van aconteciendo parecen desarrollarse a un ritmo incesante de padecimientos que arrastran la existencia, sobre todo del personaje de la madre, a la miseria.
Temas como la libertad, la compasión, la lealtad y la maldad se ven envueltos en cada escena, mientras que el espectador sufre, junto a los personajes principales cada nuevo horizonte que aparentemente vislumbraba para ellos la salvación.
La historia se centra en un pueblo de Japón durante la época feudal, en donde los terratenientes explotaban a los campesinos, motivo por el cual un antiguo gobernador fue destituido. Tamaki, su esposa, busca refugio junto a sus dos hijos, Zushio y Anju, pero se encuentran inmersos en una serie de eventos desafortunados que llevan que la madre sea vendida como prostituta y los hijos obligados a trabajar como esclavos de un vil intendente llamado Sansho. Con el pasar de los años, el hijo mayor va adquiriendo características similares a las del intendente, mientras que su hermana sigue padeciendo las crueldades a las que por mujer se ve sometida. Los acontecimientos van siendo cada vez más desgarradores hasta que llega una nueva trabajadora al lugar de Sansho y canta una canción recordada por ambos hermanos debido a su madre. Confiados en que la podrán encontrar con vida, deciden encaminarse al lugar donde la nueva sirvienta la oyó.
Este breve resumen es suficiente para notar el drama de la película y cómo los personajes femeninos, a pesar de ello, se mantienen firmes en sus ideales hasta el final, mientras que el hombre se ve fácilmente seducido por la maldad y el poder, no solo por Sansho, sino también por Zushio, quien olvida las enseñanzas de su padre y va paulatinamente convirtiéndose en un esbirro. Sin embargo, al final del camino aún prevalece el amor hacia la madre, aquella persona que siempre les demostró afecto y compasión. Por ello, al final, esto hace que el hijo cambie nuevamente y se reconcilie espiritualmente con su padre, a través de sus acciones.
La fotografía en blanco y negro de Kazuo Miyagawa, quien suele trabajar con Mizoguchi, le añade belleza, incertidumbre y profundidad a la película. A esto lo acompaña el juego estratégico de los planos que plasman adecuadamente la escenografía y montaje que rodea a los personajes. Por ejemplo, en la escena final acontecida en la playa, llena de melancolía capaz de conmover al espectador por la odisea en que vio envuelta a madre e hijo.
Adicionalmente hay dos aspectos que resaltan en la película: por un lado, las expresiones faciales que cada protagonista transmite, principalmente en las escenas más dramáticas, dándole aquella credibilidad comprometedora que el espectador tiene con toda película; por otro lado, los paisajes empleados en cada escena son contradictorios a lo que acontece a su alrededor, debido a que transmiten una calma bucólica capaz de convertir la cinta en un poema bello, pero también trágico.
La historia es un drama que te desgarra tras la pantalla y te retiene en un ritmo incesante que no acepta distracción. Nos desplaza de un tema profundo a otro, nos hace odiar a un personaje, compadecernos de otro y desesperarnos por la desgracia. Entonces, nos preguntamos por qué, y si una película nos hace cuestionar, es cuando el arte ha calado.


