
Eres increíble, Muriel
El poder feminista de La boda de Muriel (1994).
El sueño de la boda ostentosa, del vestido blanco y del novio perfecto era una fantasía compartida por varias hacia finales del siglo pasado. Las que nacimos en ese entonces llegamos a sentir esa fuerza invisible que nos empujaba a ese ideal pero, al mismo tiempo, experimentamos un mundo que nos traía más posibilidades que un único sueño de cuento de hadas.
Como siempre, las películas formaron parte de aquella fuerza que se metía en nuestras conciencias y justamente fueron los 90s los que nos trajeron varios títulos emblemáticos: el tierno y convencional El padre de la novia (Charles Shyer, 1991), el divertido y también común La boda de mi mejor amigo (P. J. Hogan, 1997) y el fresco y burlón Cuatro bodas y un funeral (Mike Newell, 1994).
Sin embargo, existe un cuarto film, también de los 90s, que no solo lleva la idea del casamiento a su máximo delirio, sino que, y mucho mejor aun, lo utiliza como un pretexto y no como un fin: La boda de Muriel, escrita y dirigida por P. J. Hogan, el mismo director de La boda de mi mejor amigo.
La película es un torbellino kitsch de vestidos de novia, glitter noventero, nostalgia setentera y personajes extravagantes que nos cuentan la historia de Muriel, una muchacha de un pequeño pueblo de Australia que sueña ferozmente con contraer matrimonio. Rechazada, hecha de menos y abusada emocionalmente por su familia y amigas, huye a Sídney para cambiar su vida.
Allí le esperan boutiques de pomposos trajes blancos, romances formales y clandestinos, un empleo en una tienda de video y, sobre todo, una verdadera amiga, Rhonda. Así pues, Sídney la transforma y hace que su vida sea “tan buena como una canción de Abba.”
Muriel es la dancing queen en persona, la soñadora inagotable, la heroína que no se rinde y uno de los íconos feministas del cine del siglo pasado. Interpretada por Toni Collette, Muriel persigue sin descanso no una boda sino aceptación, ya que para ella no hay mejor garantía de que ya no es “estúpida, gorda e inútil” si alguien la quiere tomar como esposa. Es por ello que no busca amor, lo que realmente desea es el evento social que comunique al mundo su nuevo status, uno en el que no es nada de lo que le hicieron creer que era.
De esta manera, Muriel nunca fantasea con un hombre, no cae en la fábula de la media naranja, del alma gemela ni del príncipe azul. Ella busca el éxito propio, busca “ganar”. Sólo que, producto de su época, encontró la medalla en la marcha nupcial.
Por otro lado, su ambición la convierte en un personaje poderoso, uno que no se detiene hasta conseguir lo que quiere. Y si caminar al altar significa hacerlo por conveniencia, Muriel no repara en razones. Es así que logra casarse y su boda es absolutamente todo lo que había soñado.
No obstante, se da cuenta que un matrimonio es muchísimo más que una fiesta y, principalmente, que no es lo que necesita para ser feliz. Por lo que decide, primero, terminar su relación con la sentencia “no puedo seguir casada contigo porque no te amo” y, segundo, recuperar la amistad de Rhonda, su auténtico triunfo.
Y, para las mujeres que crecimos rodeadas de deberes machistas que lograron engañarnos cuando todavía éramos niñas, La boda de Muriel nos habla de cerca al presentarnos un relato pop, cómico y musical de cómo se pueden desechar esas ideas y conseguir nuevas.
Entonces no, no eres terrible, Muriel, eres increíble.


