
¿Hacemos el cine que no vemos?
Una conversación de dos estudiantes de cine.
Tengo una amiga hermosa. Ella es mucho más joven que yo pero siempre me pone en mi lugar cuando desvarío por alguna u otra cosa. Al inicio yo me escandalizaba porque crecí en un mundo en el que a lx mayor se respeta. Y claro, si voy a seguir envejeciendo, debo ganar algo, si no fuerzas, al menos privilegio. Pero para ella eso no funciona. Sus escarmientos son arrojados a diestra y siniestra sin importar el poco honor que algunxs nos hemos ganado sin hacer nada más que seguir despertando.
Con su no más de metro sesenta de estatura y su exquisita noción de lo que es vestir bien, cosa no menor para lxs que todavía no entendemos nada de estilo, nos conocimos el segundo año de la carrera de Cine y Tv en la Universidad Nacional de Córdoba. Hoy cursamos el quinto y último año y después de varios trabajos prácticos escritos y filmados, juntas y con otras personas, de hacer ficción y documental, se espera que cada unx tenga una idea clara de la técnica y el quehacer cinematográfico, pero también de su inclinación hacia un rol específico.
Pero mi amiga no tuvo suerte. Por distintas circunstancias, que tienen más que ver con la difícil dinámica grupal, no tuvo la oportunidad de probar el rol que más le interesaba en los primeros cuatro años de cursada. Este año al fin probará dirigir. En cambio yo, aunque tarde en la carrera por las mismas razones que ella, sí pude explorar la dirección.
Es así que un día, un poco frustrada con la universidad y ansiosa por el desafío que se le presenta, mi amiga me pidió que le comparta la pequeña sabiduría que no sólo me han dado mis numerosos años de vida, sino también mis pocas experiencias en cine.
Nos juntamos una tarde de agosto, con pantallas de por medio y hojas de papel y lapiceras a la mano. Fue una conversación larguísima en la que poco a poco pasamos de hablar de dirección a hablar de nosotras y el cine, cosa que después de cuatro años de estudiarlo juntas, hicimos por primera vez. Y fue a partir de coincidencias y simpatías cuando mi amiga me preguntó algo que nunca antes había pensado: “¿cómo te sentís al saber que no vas a hacer el cine que consumís?”
Mi amiga y yo crecimos viendo películas en hogares que veían lo que la industria nos proveía. No crecimos, como muchxs compañerxs, en senos de familias cinéfilas que les representaron una educación temprana en asuntos de la gran pantalla. Tampoco tuvimos, como muchxs otrxs, unx persona que nos mostrara que existía ese otro cine. Por lo que crecimos rodeadas no solo de todo lo que Hollywood nos ofrecía, sino que también de todo lo que la industria del entretenimiento estadounidense hacía llegar a Latinoamérica.
Ella soñaba con ganar el Grammy y yo el Oscar y practicamos, más de una vez, nuestros discursos de aceptación con cepillos de pelo y botellas de shampoo. Ella era proclamada la Best new artist [Mejor artista revelación] y yo la Best Actress [Mejor actriz]. Sí, nuestras fantasías tenían otro idioma, pero era todo lo que conocíamos e, inocentemente, quisimos ser parte de ello.
Poco sabíamos que, habiendo dejado de lado nuestros sueños más tempranos de ser cantantes y actrices, entraríamos a un mundo despiadado en el que admitir gusto por producciones angloparlantes sería como admitir nunca lavarse los dientes. Y no es que caigamos rendidas a todo lo que presentan, sino que tener a ciertas producciones habladas en inglés como inicio, como referente y como inspiración, es, al parecer, poco digno de un estudiante de cine en estos tiempos. Decir, por ejemplo, que las películas de Harry Potter nos acercaron bastante a querer entrar al mundo del cine, causa risa. Pero no lo podemos evitar, no lo podemos cambiar. A ella y a mi, el mundo de J. K. Rowling nos deslumbró en el papel, sus films no podían hacer otra cosa que hechizarnos más.
Tampoco me refiero a que es el único cine que consumimos pues ya conocemos más directorxs, más movimientos y más géneros; pero se nos sigue viendo como colonizadas cuando decimos que nos gusta este u otro film yankee. Sin embargo, somos bastante críticas con varias, y tal vez la mayoría, de sus producciones; en temas como su eterna obsesión con el amor romántico, la belleza hegemónica o la presentación de la violencia como cómica y glamorosa en el cine de Tarantino, entre muchos, muchos otros.
Entonces, llegar a la universidad sin gran conocimiento del otro cine, ni de cine latinoamericano, fue particularmente doloroso para ella ya que parecía que era el único cine que importaba y que el que ella soñaba hacer no valía. Y mientras más se sumergía, cuatrimestre tras cuatrimestre, en el mundillo del cine, descubría que está integrado en su mayoría por esnobs, discretamente bullyneros, que miran con desprecio a lxs que disfrutamos de un buen musical hecho en Hollywood. Yo, por los años que le llevo, había visto un poco más cuando llegué a la universidad, por lo que no me sentí tan fuera de lugar, cosa que esxs intelectualoides pretensiosxs no tardaron en hacer.
Pero el shock más grande para mi amiga vino cuando se dio cuenta que el cine que consumía, del que se había enamorado, no solo no era valioso ante los ojos de “lxs expertxs”, sino que era el cine que no haría.
“¿Cómo te sentís al saber que no vas a hacer el cine que consumís?” me había preguntado al ver que nuestro inicio en el cine era muy parecido. “¿Cómo me siento al saber que no voy a hacer el cine que veo?” le respondí. Nunca me lo había preguntado. No supe qué decir porque no me había dado cuenta que es muy probable que sea cierto. Pero, ¿lo es? Sí y no.
Sí, tal vez no vayamos a hacer el tipo de cine que más consumimos, debido principalmente a residir en una parte del continente en la que la industria cinematográfica tiene recursos muy limitados. Pero no es algo que sea necesariamente malo pues, y para consuelo de mi amiga, las historias que construyamos sí serán historias que nos gusten ver. Martin Scorsese dijo en Masterclass que su clase no era para lxs que están interesadxs en el cine como una carrera profesional sino para lxs que necesitan hacer películas, para lxs que se mueren por contar una historia en particular y no pueden descansar hasta hacerlo. Flora, amiga, tú eres del segundo tipo, y es por eso que vas a encontrar la forma más hermosa de llevar tus mundos mágicos a la realidad.
Ilustraciones de Flor Nogués (@florsintallo)


