Hierro 3: lo valioso del silencio

Hierro 3 prescinde de un elemento clave como la palabra para darle forma a una de las historias de amor y vida más bellas del cine

Quien en vida fuese el aclamado director surcoreano Kim Ki-Duk, escribe y dirige una poderosa lección espiritual en donde la ausencia de la palabra se da a relucir como el atributo que al final logrará delinear la verdadera esencia de este film. De carácter sutil, y, pese a la propuesta inicial, ágil de principio a fin; Hierro 3 logra sumergirnos en las profundidades más conmovedoras del ser a través de una mirada moderna y magistral, sobre lo que es (o parece ser) la realidad y algunos de los conceptos (amor, sufrimiento, pasión) que con ella devienen. A continuación, un comentario sobre lo que me dejó este film, haciendo énfasis en cómo el silencio juega un papel de virtud narrativa y, además, cómo es que se le podría interpretar en lo que es, sin duda alguna, de las perlas más apasionantes de la cinematografía moderna.

Se nos presenta a Tae-suk, un joven misterioso cuya vida al parecer transcurre en su constante hábito de adentrarse en casas ajenas y morar en ellas hasta que los dueños vuelvan. Una noche en la que, siguiendo su hábito, logra infiltrarse en una casa lujosa, es descubierto por Sun-hwa, una ex modelo que vive atormentada por los maltratos de su esposo, un millonario obsesionado por la belleza de su joven esposa. Tras un inesperado enfrentamiento entre el misterioso visitante y su marido, la joven toma la decisión de escapar a lado de Tae-suk. A lo largo de la película, la joven intentará acoplarse a la rutina sin sentido que llevan, mientras que entre ambos se desarrollará una relación de amistad y amor en la que no intercambiarán palabra alguna.

Desde el primer momento, la película nos plantea una consigna muy poderosa: el silencio absoluto, como un concepto delimitado únicamente para con los dos protagonistas (Tae-suk y Sun-hwa) ya que, como se ve a lo largo de la película, la interacción entre ambos no llega a rozar los límites de la comunicación verbal, mas sí, se vale de una comunicación no verbal que suele apreciarse en determinados momentos de la trama (las escenas con la pelota de golf atada a un cable, por ejemplo) y que, sin la cual, sería prácticamente imposible de que la película pudiera sostenerse y/o avanzar. Entonces se da lugar a que el espectador se cuestione, dejando de lado por un momento las posibles intenciones del director, ¿Cómo lograr que una pieza audiovisual se eleve sin un diálogo por mediante? O bien ¿Es posible desarrollar una buena historia y/o construir un bello retrato del amor sin el uso de la palabra? 

Lo cierto es que cuando Kim Ki-Duk prescinde de este recurso, lo hace de una forma adecuada y completamente justificada. Ante la extraordinaria perspectiva de nuestro protagonista principal, somos testigos de cómo desde un inicio el silencio­ logra configurar la realidad del contexto en el que nos sitúa la historia. Esto da pie a una gama diversa de significados e interpretaciones que inevitablemente seducen, tanto la mirada del espectador analítico, como la de aquel curioso que querrán saber cómo es que la película logrará justificar lo que desde el principio establece y propone. Mas será, tras la aparición del personaje de Sun-hwa, que conceptos como el amor, la pasión y el sufrimiento se adherirán a la trama intensificándola mucho más, logrando enriquecerla narrativamente hablando. Personalmente, al principio encontraba muy intrigante la forma en como estos elementos podrían adaptarse a la influencia del silencio y al mismo tiempo, desarrollarse adecuadamente en aras de un mensaje potente, y es porque esta película está tan bien desarrollada que logra atraparte (y más aún, conmoverte) pese a la clara ausencia del factor palabra.

Entonces, aquello que no te pueden contar los diálogos, sí lo hacen otros ámbitos del lenguaje audiovisual, y de manera eficiente. A través de tomas fijas y leves movimientos de cámara, el director es capaz de crear armonía con el tono que cada escena pretende transmitir en el momento, brindándonos así, pasajes cuyas composiciones audiovisuales resultan ser poderosas y entrañables. Aquí también la fotografía y el arte contribuyen al mensaje exponiendo algunos detalles sobre los personajes. Por ejemplo, desde el uso premeditado de las locaciones, vemos como el hogar del marido, quien es un personaje falto de amor y vacío, viene a ser un lugar moderno, elegante y faustuoso; esto también lo podemos apreciar con los jardines calmos y tradicionales en donde una pareja de esposos convive en armonía, muy a diferencia de los primeros. Incluso, si lo analizamos bien, estos detalles se exponen hasta en el color de la ropa con la que se visten los personajes: una alternancia entre colores claros y oscuros, sobre todo en aquellos que lucirá Sun-hwa en determinados momentos de la película.

Pero al contrario de muchas películas, en las cuales el silencio puede jugar un rol subyugante para con los sentimientos, aquí este funge como un espacio de existencia y redención. El espíritu atormentado de Sun-hwa parece encontrar en el misterioso silencio de su compañero una especie de medicina revitalizante, un escape necesario del dolor, un espacio propicio para el brote de sentimientos y emociones cuya pureza no ha de ser mancillada por elementos propios de una realidad apabullante e irremediablemente grotesca, quizá sea por este motivo en que las palabras cobran en sí un completo vacío, tanto por ser un medio invertido en el uso perjudicial, como por tonarse en una facultad que pierde mucho de su valor ante determinadas circunstancias; no es casualidad de que cuando oímos las primeras palabras de Sun-hwa quedemos impactados por la naturaleza de estas mismas.

Si recabamos un poco en la filmografía de Ki-Duk, observamos como es que el director surcoreano ya se ha valido anteriormente de conceptos relacionados a ciertas disciplinas y/o religiones orientales, las cuales suelen caracterizarse por darle un mayor énfasis al espíritu por sobre el mundo material de los sentidos. Desde mi percepción, entra la idea de que, más que una oda excelsa a la vida o al amor, en esta historia somos testigos de la senda de seres que buscan la plenitud (o una iluminación moderna) atravesando caminos marcados por la incertidumbre, la vacuidad, el sufrimiento y el amor, cada quien a su manera. Sumergirnos a fondo en estas disciplinas resultaría una tarea para la que páginas extensas serian apropiadas, no obstante, si tan solo tenemos en cuenta algunos de los conceptos generales que suelen sostenerse en estas disciplinas, como un estilo de vida frugal, el principio de la existencia a través de la dualidad y una permanente conexión con la esencia del universo, veremos que esta idea no parece tan lejana del todo.

Por otra parte, esta idea se refuerza en escenas en las que Tae-suk parece adoptar la vida que llevan los residentes de las casas mediante el uso de las cosas que ahí encuentra. Cuando vemos que se fotografía al lado de los retratos y/o fotografías de los habitantes, se nos podría estar indicando que este joven busca entender el significado de su propia vida a través de otras personas, cuya esencia al parecer reside en todo lo material que poseen más que en ellos mismos; el joven lleva una especie de vida en la que no ha de poseer nada más que una motocicleta y su notoria habilidad para arreglar las cosas, factores que demuestran un claro acercamiento hacia conceptos como lo son el equilibrio personal y la armonía. Un contraste así, puede apreciarse con mejor cuidado si es que comparamos a Tae-suk con el antagonista, quien, al ser un tipo acaudalado y poderoso, no era dueño de aquello que más anhelaba, el amor de Sun-hwa.

No obstante, vemos que en el punto de inflexión (cuando Tae-suk rescata a Sun Wa de su esposo) el aparente equilibrio que caracterizaba al joven se ve perturbado por la presencia de Sun-hwa: empieza a desvariar tanto en sus percepciones como en su actuar, el protagonista se ve mucho más reactivo y expresivo, por primera vez lo vemos sufrir, caer, errar; la burbuja mística que envolvía al joven, otorgándole así la apariencia de un ser que estaba mucho más allá de la cotidianidad, se rompe, y es entonces cuando la realidad penetra súbitamente en el santuario sagrado que constituye el silencio de ambos, todo a través de los problemas que acarrea el amor de Sun-hwa.

Puede que el final de esta película sea la culminación perfecta de todo lo que Kim Ki-Duk nos quiso plantear desde un principio. En mi opinión, este viene a ser uno de los finales más sublimes y bellos del cine moderno. No hay duda de que Hierro 3 no cae en apuestas pretenciosas ni tratamientos forzosamente disruptivos, de esos que suelen presentarse huecos y sin sentido, es más, el director hasta se toma la molestia de incluir una escena en la que nos explica el ingenioso método mediante el cual Tae-suk lograba acertar con las casas vacías, algo que en un principio podría resultar confuso. Magistralmente, lo que esta película logra es empujarnos a reconocer nuevamente en el hálito del espíritu una forma efectiva de darle la vuelta a la cara más amarga de la vida.

Arriesgándome, sintetizaría así el rol que juega el silencio en la película: todo lo que parece a simple vista ser menos, resulta ser mucho más si lo observamos desde una perspectiva que busca adoptar el verdadero significado de lo “valioso” y lo “real”. Considero que son en películas tan profundas como esta, en las que aquel que gusta de investigar cómodamente podría encontrar una mayor cantidad de símbolos, detalles, metáforas; interpretaciones de distinto tamaño, color y forma. Pero, a fin de cuentas, ¿no es así como cada quien contempla su propia existencia?

 

0 comentarios


Álvaro Aures Redactor apasionado por el mundo cinematográfico y literario. He participado en la producción de cortometrajes universitarios como director, editor, productor y guionista. Escritor aficionado, en constante movimiento voy en búsqueda de historias diferentes.
Síguelo en: