
Por un puñado de sensaciones
Ennio Morricone falleció a los 91 años. Se apagó el silbido.
ACCIÓN. El forastero entra en el pueblo. Desciende de su negro corcel, se dirige a un pozo para beber un sorbo de agua y luego uno más. Es un polvoriento lugar dejado de la mano de Dios. Un pequeño sale de la parte trasera de una casa y se cola por la ventana de otra desde donde se le obliga a marcharse, a tiros, hasta ser socorrido por su menudo padre. Quien, además, recibe una golpiza propinada por el tirador. Tras su furibunda reacción, éste se vuelve y nota la presencia del extraño. Lo escudriña; pero el forastero disimula y la inquietud del tirador se desvanece. Sabe ser precavido. Todo vuelve a la normalidad, una tensa calma, una belicosa paz. En la ventana, la silente mirada de una mujer, llamada Marisol, muda testigo de los hechos, se topa con los ojos del forastero. La melodía es envolvente, da la sensación de que los movimientos de los personajes son coreografiados, sincronizan a la perfección. Ella cierra la ventana de manera repentina, la melodía cesa. Han transcurrido los primeros cinco minutos de “Per un pugno di dollari” (“Por un puñado de dólares”) de Sergio Leone. Película estrenada en 1964 y que a Morricone le procuró una gran popularidad, así como recibir encargos de directores de la talla de Pier Paolo Pasolini y Gillo Pontecorvo, entre otros, quienes pugnaban por contar con su notable talento. A fe de tanta fama conseguida, luego de dicha película, Morricone sería conocido también como “el hombre del silbido”.
CORTE. No. Leone no había considerado trabajar con Morricone en esta película. Tenía pensado hacerlo con Angelo Francesco Lavagnino, responsable de la banda sonora de “El Coloso de Rodas”. Y sí, ambos estudiaron juntos. Se sabe que nacieron con pocos días de diferencia, incluso se dice que compartieron juegos. Pese a ello, Leone fue a visitar a su antiguo compañero por presión de los productores de la película. El resto es historia conocida. Sin embargo, lo que más le interesó a Leone fue un tema que había sido compuesto para un barítono americano. Se trataba de “Pasture of Plenty”: “Le dije que recuperara la base, así salió el tema principal, luego que le pidiese que añada un silbido humano”. En las dos cintas que siguieron, pertenecientes a la “trilogía del dinero”, el compositor continuó sacándole partido a los sonidos naturales añadidos a la orquesta. Otro dato curioso es que si bien compuso para las películas de Leone, protagonizadas por Eastwood, sucede que siempre se negó a componer para éste una vez que se convirtió en director. Eastwood y Morricone no eran amigos. Su negativa se debió a la lealtad hacia Leone. Sin embargo, es posible que también se haya debido al carácter del compositor quien se caracterizó por ser de trato difícil, seco y hostil con la prensa. Por otro lado, el estilo de vida estadounidense no le atraía en absoluto, se negó a instalarse en Los Ángeles y más aún a cultivar el inglés.
Cuando conoces la obra de Morricone piensas “este tipo lo hizo todo”. Quedas anonadado por su vastedad. En su haber hay una larga lista compuesta por unos quinientos títulos de películas y otros quinientos rechazados, entre los cuales figura “La Naranja Mecánica”. La misma que fuese homenajeada por el buen Sergio Leone cuando rodó “Once upon a time in America” (1984), última obra del laureado realizador. Recuerdo haber visto esa película en el ciclo de “Función estelar” (o quizás fue “Cine Millonario”), transmitido por canal dos, cuando era solo un niño. Sí, sé que mi padre se saltó la clasificación por edades (y no fue la única regla que se saltó por aquel entonces) gracias a lo cual me hizo, sin querer, asiduo a las películas de gangsters; pero a su favor debo decir que no salí tan mal después de todo. Claro, quienes me conocen tienen la palabra. Todo es opinable. Algo sí no lo es: muchos consideran que la mejor partitura de Morricone fue para la banda sonora de “Once upon a time in America”. Hace poco, volví a escuchar el tema principal de la película. Me sobrecogió. Cada nota es evocadora y, de pronto, ya no estás en tu sitio, te descolocas y viajas a un gueto judío del Nueva York de los años veinte. Te conmueves con el asesinato de Dominic y no puedes más que solidarizarte con Noodles debido al rechazo que recibe de su amada Deborah. Fue la obra más personal de Leone, su producción tardó diez años y el rodaje, diez meses. Morricone, por su parte, consigue una partitura magistral, evocadora de la nostalgia propia del recuerdo de tiempos pasados, dinamizada, en ocasiones, para situar al público en los tiempos presentes de la película. Y si asoma una lágrima mientras oyes la banda sonora, está todo bien. Es el espíritu, pues sabe que se trata de Ennio Morricone, un niño dotado, que a los seis ya interpretaba sus propias composiciones, el hijo del trompetista y de la madre que creó una pequeña empresa textil en casa. Padre de cuatro hijos, enemigo del diletantismo. Él decía que su receta para componer bandas sonoras consistía en: sintonizar con la frecuencia del director y no olvidarse del público, ni de sí mismo. Aunque aseguraba que no había reglas fijas, mostraba su preferencia porque la música pueda entrar, en escena, “silenciosamente”, en forma gradual, sin que el espectador se percate. “Por ello he usado mucho, quizá más de la cuenta, el llamado pedal: una nota grave y sostenida (…) que será el punto de apoyo para articular lo demás”, afirmaba. Esto mismo sucede con “Once upon a time in America”, la forma como la música se hace presente, es similar a una suave brisa que se cola por la rendija de una ventana en un día caluroso. Sucede que las partituras de Morricone son envolventes, sugerentes. Tienen alma.
Así, con una trayectoria colosal, llegó al 2007. Año en que recibió la dorada estatuilla por parte de la Academia, en reconocimiento a su carrera. Morricone ya no lo necesitaba; pero según reconoció, se dijo a sí mismo: “finalmente me lo quedaré”. El homenaje saldó una vieja cuenta pues fue la misma Academia la que, debido a un tecnicismo, se negó a concederle dicho galardón con motivo de la banda sonora de, sí, en efecto, una vez más me refiero a “Once upon a time in America”.
La mano derecha que sostiene la batuta, las notas finales de Deborah’s theme, los violines que callan, el forastero que enfunda su pistola con el cañón todavía humeante, las calles de un viejo Manhattan, Eastwood y su forma de fumar, los créditos finales, la música in crescendo. Las notas musicales que viajan por el aire y se impregnan en el corazón del espectador. Si ocurre con uno solo ya es bastante. Me pregunto si Morricone habrá tenido una melodía en su mente los últimos instantes de su vida, quizás una que compuso, alguna reminiscencia de la niñez; pero no. Morricone dijo: “Pues claro, en mi cabeza hay silencio”. El maestro ha muerto, su música vive en cada partitura, en cada escena y en el imaginario del público, de quien Ennio Morricone jamás se olvidó. Por quien se abstuvo de convertir la sala de cine en salón de baile, según afirmó.
Un coloso muerto como consecuencia de una complicación a raíz de una caída. Cuando Dominic es alcanzado por el disparo que le quita la vida, Noodles lo pone a buen recaudo y, en sus brazos, Dominic dice: “Noodles, me resbalé” y exhala. La muerte de Dominic nos conmovió, la partida de Ennio Morricone nos deja condolidos a todos quienes, a través de su música, soñamos, sentimos, vivimos. Corte, queda.
Fuentes:
http://www.sensacine.com/noticias/cine/noticia-18583565/
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/morricone.htm
https://decine21.com/biografias/ennio-morricone-47532
https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%89rase_una_vez_en_Am%C3%A9rica


