
Shiva Baby: chismografía de un funeral
Debut cinematográfico de la directora canadiense Emma Seligman
Funerales. Escenarios en los cuáles, presumo, nadie quisiera encontrarse. Un ominoso contexto, cargan el ambiente emocional y psicológicamente. Conversaciones, elegías, memorias, anécdotas sobre el pasado o conversaciones de cuando la persona fallecida estaba viva. Lágrimas y silencios. Abrazos. Murmullos. Lamentaciones. Saludos reemplazados por sentido-pésames. Y después, están los encuentros con familiares desconocidos. Aquellas personas de quienes hemos escuchado algo (sino nada) en alguna que otra conversación: no sabemos quiénes son, cuáles son sus nombres, qué hacen, cómo nos conocen o cuál es el parentesco con nosotrxs.
Y entonces llega el momento de la conversación: una multitud desconocida de parientes lejanos y personas desconocidas (o a quienes dejamos de ver por mucho tiempo) con quienes nos vemos en la obligación de relacionarnos, sumándonos al continuo agobio de la acumulación de pésames (quizás hasta este punto, vacíos) e intercambios de palabras breves. El ritual empieza a alejarse de lo ceremonioso para entrar al ámbito secular y frívolo; la invasión del mundo privado e interno de las personas asistentes al funeral. Un verdadero dolor de cabeza para quienes no soportan las conversaciones cortas, incómodas o frívolas y los chismes.
¿Y ahora qué ocurriría si en ese mismo escenario tuviéramos que fingir sobre nuestra identidad, nuestros intereses, nuestra situación laboral o estudiantil, bajo el argumento de que la familia nos observa, nos juzga y que, por ella, es que podemos tener oportunidades? Esta y otras cuestiones se ponen sobre la mesa en la película Shiva Baby, debut cinematográfico de la directora canadiense Emma Seligman. La protagonista se verá confrontada, en el funeral de un familiar, con su familia, su sugar daddy y una exnovia suya, mientras intenta mantener la ilación de sus acciones y sostener ciertas verdades (mientras maquilla y oculta otras), todo durante la celebración de la Shiv’ah, una costumbre de duelo dentro de la comunidad judía.
La película propone una situación de lo más interesante, haciendo un juego constante entre lo que la audiencia conoce ya (o lo que se deja conocer) de la joven protagonista, Danielle, y lo que se revela in situ, por medio de las interacciones con otros personajes, el montaje y el diseño sonoro, con una construcción progresiva de la tensión y el suspenso a medida que nos topamos con un nuevo interlocutor.
El inicio del filme nos prepara para lo que será, en verdad, una velada de lo más incómoda y llena de tensión y suspenso sin ser una película de terror, aunque el magistral montaje y el excelente diseño sonoro (aunque simple, completamente efectivo) nos da la sensación de que lo es. Una toma continua de Danielle con un hombre mayor teniendo sexo a escondidas será, irónicamente, tanto el antecedente y el cumplimiento de ciertas revelaciones posteriores (minuciosidad con los detalles excelentes como el caso del brazalete) como el único momento de tranquilidad y estabilidad antes de la reunión familiar (que se verá plagada de cortes rápidos y montaje que acelerarán el ritmo de la narrativa).
Luego de este momento, entraremos a detalle a conocer a la familia de Danielle, a quienes veremos casi como a un retrato clásico de una familia judía: discusiones por nimiedades, preocupación por guardar apariencias y en lo que pudiera opinar o decir el resto (especialmente la familia); un estereotipo de padres suburbanos de clase media que inventan un “discurso” para su hija, para que ni ella ni ellos pasen vergüenza. Danielle, a regañadientes, tratará de seguir el juego. ¿Y quién es ella? Una chica algo reservada y excéntrica, que expresa su opinión pero que se siente incómoda ante situaciones sociales determinadas (como en la recepción de un funeral); se siente indecisa, y es bisexual (razón por la que le advierte su madre que no “juegue” con Maya en la casa para el Shiv’ah).
Ya en la recepción, empieza la tortura para Danielle. Los encuentros inesperados e incómodos con familiares que no conoce aceleran la tensión: cada uno da una revelación sobre quién y qué hace Danielle. O, mejor dicho, nos dice quién no es y qué no hace, viéndose por momentos enredada en sus mentiras; y a medida que vamos encontrándonos con más secretos, detalles y chismes, la tensión va aumentando. Es una bola de nieve que va creciendo. El funeral, la situación de la persona fallecida, queda en un segundo plano para dar paso al cuchicheo de tías que critican el cuerpo, la carrera, la vida amorosa y la educación de Danielle. Nadie sabe a ciencia cierta qué estudió o si sigue estudiando (dice que estudia Sociología; en otros casos, Estudios de Género, Derecho o Artes Liberales).
¿Y por qué es necesario para ella sostener mentiras o maquillar la verdad? Pues, y aquí viene la pizca de humor negro de la historia, en el sitio, en la ceremonia, se encuentra Danielle con su exitosa y cultivada exnovia (Maya) y con su actual sugar daddy (Max) y su esposa e hijo, lo cual hace que las cosas, naturalmente, se vuelvan incómodas: Danielle ocultará incesantemente cualquier indicio de atracción hacia ella y, a la vez, ocultará que se estuvo acostando con Max (cuya proximidad busca esconder). Y este es el detonante para que la narrativa mantenga una buena dosis de tensión por una larga jornada.
No hay que olvidar la manera en la que el lenguaje cinematográfico aporta a la construcción de la tensión y a la intimidad en la que nos sumergimos con la protagonista: estamos ante una intensa invasión e indagación de su privacidad a medida que un nuevo familiar le pregunta por su vida amorosa, por sus estudios, por si trabaja, o por alguna otra razón y, a la vez, evitar a Max y negar cualquier relación anterior con él. El plano suele estar lo más cercano de Danielle: planos cerrados, cámara en mano, tomas continuas. El añadido del diseño sonoro, con los detalles y el sonido chirriante de las cuerdas cada vez que Danielle se siente atacada, otorga una capa superior de suspenso y tensión, casi similar a una película de terror. Porque no sabemos qué ocurrirá después, pero compartimos el temor de la protagonista de ser descubierta y que, además, sabemos que en cualquier momento puede ella explotar.
Algo que resulta interesante es la cantidad de temas que se tocan en esta película, y que la directora consigue tocar con mucha naturalidad. Evidentemente, desde el autodescubrimiento (más bien, quizás, autoconocimiento), la valoración y experimentación sexual, las dinámicas familiares, la búsqueda por la vocación, lo queer y las dinámicas de género. Todo esto resulta interesante y complejo a la vez, más aún cuando el personaje de Danielle resulta ser, según ella, una feminista quien, voluntariamente, se “deja” utilizar por un hombre mayor con dinero bajo la consigna de que es fácil y que consigue dinero así; porque le gusta sentirse apreciada y, de ese modo, sentir que ella tiene poder. Sus respuestas son sencillas, duras, honestas, y reales. Algo que, por lo que vemos, cuesta mucho demostrar en una familia en la que la valorización por las apariencias y los cuchicheos se ponen de manifiesto a tal punto de ser asfixiante y, por momentos, hacernos creer que estamos en alguna película de terror a la Ari Aster.
En Danielle es que se sostiene todo el peso rítmico y narrativo: es el retrato de una joven mujer que vive y actúa según sus convicciones, pero cuyo contexto y circunstancias hacen que todo se vuelva en su contra y termine en una espiral de contradicciones, secretos y chismes. El retrato de una mujer moderna que cae víctima de sus contradicciones y de las tradiciones y malentendidos familiares en los que la familia, más que ser la primera instancia de confianza y protección, termina por volverse un monstruo aterrador que enclaustra, encadena, juzga y abusa. Esta es una película atrapante, fresca, política y bastante liberadora; arriesgada y a la vez sencilla, ciertamente, y con un discurso feminista que reivindica la libertad sexual, la libertad de vocación y, lo más importante, de decisión una misma, mientras, a la vez, no teme mostrar vulnerabilidad, indecisión y quiebre, no solo frente a la presión familiar, sino también frente a las creencias y autoexigencias de unx mismx.


