
Ventanas Indiscretas: Apuntes del Cine en la Era del Voyeur
En la película de Hitchcock, el protagonista cambia constantemente de binoculares a lentes de cámaras para conseguir imaginar a sus vecinos sin perder detalle.
En la película de Hitchcock, Rear window de1954, el protagonista se esconde en el umbral de su ventana para observar la vida de sus vecinos: sospecharlas y recrearlas desde sus propios deseos hasta hacerlas, de alguna manera, suyas.
Aquella condición de voyeur es un placer implícito y genuino del cine. Sus espectadores se camuflan en las salas para dar libertad a ese instinto que buscará seguir con los ojos la intimidad de unos extraños desde el más completo anonimato.
Podría decirse incluso, si queremos extender el principio, que es el arte la gran ventana por donde la intimidad solía convocar sus observadores. Ya Borges había descrito en el Aleph, un pequeño agujero desde donde se podía apreciar el universo; y Edward Hopper en sus pinturas presenta a sus personajes desprevenidos en un espacio dispuesto especialmente para el que mira. El voyeur está en nuestra naturaleza. Los ejemplos se multiplican y confunden, se prestan elementos, como en un gran estambre de difícil origen.
El cine, además, como plataforma, parece proveer de manera explícita los recursos para desarrollar este placer. Aparte de lo oscuro, las pantallas recortan un espacio donde se ubica el objeto de deseo, una característica del voyerismo que requiere por lo general una interfaz que lo defienda de aquello que observa y que, en este contexto, le permita sentir control sobre escenarios que, en la realidad, podrían alejarlo, como el terror o lo incomprensible. Sin embargo, últimamente en las salas comerciales esta condición empieza a escasear. Son tiempos de selfis y servicio a la butaca, de un inextinguible ruido que las innovaciones no han intentado mitigar. La oscuridad en los cines actuales es un pobre artificio. Una hueca cortina que atraviesan chillidos y comida y que entrampan nuestra experiencia como mirones que requerimos, precisamente de esa noche, para seguir las imágenes hasta desaparecer en ellas.
El tiempo, que parece insistir en su sentido circular, nos trae a recuerdo los comienzos del cine, en donde su naturaleza de novedad se asumía en espectáculos de feria. A ellos iba el público a emocionarse o reír con los primeros films: tomas de paisajes y escenas de comedia.
El espejo actual concentra en las salas comerciales aquel espíritu de entretenimiento popular. Y al menos por aquí, en provincias, aquello se refleja también, en una ajustada cartelera que solo se limita a dichos objetivos.
Pero, a la vez, sería mezquino ceder todo ese desgaste a las empresas, sobre todo en pleno siglo del voyeur. Las numerosas redes sociales y una época que se nutre del exhibicionismo, han colaborado también en disipar este vínculo con la facilidad y rapidez con que nuestro pulgar se arrastra por las pantallas.
Tal vez ahí también resida una explicación a la migración del cine hacia otras plataformas que, de algún modo, preservan el resguardo. Los streaming, las páginas de publicidad inagotable, los dividís, pueden ser cuestionables desde muchos aspectos, pero al menos, logran defendernos de lo que hace un tiempo resultaba fundamental para el cine, su oscuridad. La oscuridad entendida como silencio, como base de la concentración para apreciar una historia y sus seres.
Estas experiencias cada vez más individuales, si bien deben acomodarse a monitores que reduzcan la tecnología o majestuosidad de una sala, presentan también, como todo, un segundo rostro con sus propias ventajas. Dominio del ambiente, la potestad de una pausa, son detalles a tomar en cuenta a la hora del balance.
Si persistimos en el juego de los círculos, antes del cinematógrafo, Alva Edison había inventado el Kinetoscopio. Una máquina que permitía ver imágenes en movimiento, pero de forma individual. La oferta consistía, por unos centavos, en disfrutar de breves actos de magia o bailes, producciones pequeñas que el mismo Edison financiaba.
En la película de Hitchcock, el protagonista cambia constantemente de binoculares a lentes de cámaras para conseguir imaginar a sus vecinos sin perder detalle. El cine como una materia viva, se irá desplazando y mutando a diferentes formas. Es natural. No se cree que las salas comerciales desaparezcan. Aquello sería una exageración. Pero tal vez podamos presumir que irán precisando su uso a intenciones sociales y tecnológicas. Por su lado, las plataformas web y las salas alternativas (cineclubs, festivales) seguirán creciendo para aquellos voyeurs que necesiten todavía otro tipo de placer para disfrutar del cine: el placer de la discreción.


